sábado, 28 de mayo de 2011

No hay intelectual más querido: Carlos Iván Degregori

Conocí a Carlos Iván Degregori (CID) en el 2008, cuando en segundo año de Antropología llevé el curso “Antropología Peruana”, que él dictaba. Fue la única materia que pude llevar con él, porque fue ese el último año en el que CID fungió como profesor en San Marcos. Sin embargo, pude estrechar relaciones con él, y me convertí en lo que él por momentos denominaría “asistente todo-terreno”.

Así, mis primeras labores con él fueron bastante sencillas: ordenar artículos que tenía dispersos en su computadora, clasificarlos y buscarles el título original.

Mi segunda tarea consistió en ayudarlo a hacer el power point que utilizó como ayuda en su presentación en el juicio a Alberto Fujimori. Confieso, y esto es bien ingenuo, que eso me hizo sentir importante por un momento. De hecho, tengo guardada esa presentación en mi computadora y le tengo un aprecio significativo.

Más tarde, ya en el 2009, hubo una cierta modificación en la naturaleza de mi colaboración con él. Ya era consciente de la enfermedad que tenía y comenzó a permanecer cada vez más tiempo en su casa. Así, nuestras reuniones cambiaron de lugar: pasaron de su oficina del IEP, a la mesa circular de madera, con vista al atardecer, que caracteriza la sala del tercer piso de su casa. Al mirar por la ventana, se encontraba uno con algunas casas cuyas paredes no habían sido pintadas, por lo que buena parte del paisaje consistía en muros de ladrillo y cemento, marrones y plomos, y uno que otro fierro que sobresalía por ahí. “A veces, cuando veo por acá, me imagino que estoy en algún pueblito de Palestina o un lugar así”, me dijo una vez. Creo que la estrechez de la calle barranquina en la que vivía ayuda a crear ese efecto. Quizás habría valido la pena tomarle una foto a ese paisaje.

Estas reuniones estaba destinadas a trabajar en un nuevo proyecto: un libro sobre la desconfianza en el Perú (digamos que su plan era tratarlo desde un enfoque de historia cultural). Tenía hecho el esquema básico, si bien nunca terminó de delimitar del todo la idea. Para esto, la labor analítica se concentraba en algunos aspectos que él consideraba básicos para entender la desconfianza hoy, y que me llevaron a: buscar y recoger noticias sobre los últimos CADE, así como textos, entrevistas y declaraciones de Gastón Acurio (de quien CID tenía una opinión bastante positiva); buscar ratings y episodios del programa “Fuego “Cruzado” (ahora “Vidas Extremas”), que para CID era un regreso de la lógica laura-bozziana: hacer pornografía de la pobreza; buscar noticias sobre el gremio de construcción civil, muy venido a menos por la existencia en su interior de bandas criminales dedicadas principalmente a la extorsión y el clientelaje. De manera paralela, me pidió que resumiera ciertos libros y artículos que él consideraba útiles para el nuevo proyecto.

En su conjunto, pude recoger información amplia respecto de lo que me pidió, y los textos que sinteticé estaban bastante interesantes. Sin embargo, por razones, obvias, el proyecto quedó trunco y no pudo seguir avanzando en ello.

Luego, y por varias circunstancias complicadas, nuestra comunicación se interrumpió por muchos meses, hasta la segunda mitad del 2010. En ese momento, y con la enfermedad ya más avanzada, los planes eran otros. Ahora, mi consigna consistía en buscar cierta información sobre las FFAA, y elaborar un texto sintetizando las cosas más significativas que se han escrito sobre ellas para el periodo 1980-2000. Además de eso, y como una iniciativa aparte, debía de recoger información sobre el segundo gobierno de Alan García, pues le habían propuesto publicar un balance de éste para una publicación que saldría en EEUU. Llegué a culminar lo primero (si bien no estoy seguro de cuál es la suerte que finalmente correrá ese texto ya que debe de estar perdido en los archivos de su laptop). Lo segundo no pudo continuarse, porque las fuerzas lo iban abandonando.

Escribiendo estas líneas, constato que la etiqueta “asistente todo-terreno” describe bastante bien el aspecto ‘laboral’ de mi relación con CID: ordenar artículos, recoger noticias, ver programas de televisión, resumir textos, conseguir ciertos datos específicos… Puede parecer aburrido, pero volviendo atrás la mirada, puedo decir que ha sido genial, y a veces hasta divertido.

No obstante, no me considero discípulo, de Carlos Iván. Nuestra comunicación se vio interrumpida en varios momentos, y los proyectos en lo que colaboré con él no pudieron sostenerse en el tiempo. En todo caso, fui su aspirante a aprendiz.

Lamentablemente, creo que tampoco llegamos a ser amigos. Quizás, con un poco más de tiempo, lo habríamos sido. Había aprecio y respeto de ambos lados, y su forma de ser te permitía entrar en confianza y mantener una conversación jovial. Todas nuestras reuniones empezaban siempre conversando sobre la situación personal de cada uno: cómo estás, qué estás haciendo, qué tal te va, en qué quedó lo último, etc. Y en un par de ocasiones, la conversación en su casa versó sobre cualquier cosa menos de las tareas a realizar: “bueno, no hemos avanzado nada del trabajo, ya será para la próxima reunión”, me decía casi riendo.

Destacan en CID varias cosas. Solo quiero mencionar las siguientes. 1) Mantuvo su actividad hasta el final: siempre tenía un proyecto en el cual trabajar, una idea que desarrollar, o una reunión de trabajo a la cual asistir: su enfermedad no melló ni su lucidez ni sus ganas. 2) Era una persona muy asequible: en lenguaje coloquial, “demasiado buena gente”. En todo momento, trataba de mantener una relación horizontal, sin poses de divo ni de intelectual sabelotodo. Por eso, en mi calidad de asistente, siempre me sentí muy bien tratado, y me apoyó en todo lo que estuviera a su alcance.

Son estas las imágenes que vienen a mi mente ahora que me pongo a pensar en Carlos Iván. Como es bien sabido, la memoria y sus posibilidades políticas terminaron convirtiéndose en una de sus preocupaciones centrales. Combatió, desde su tribuna, a los partidarios del silencio y el olvido. Y así como el olvido es un potencial peligro para cualquier colectivo, lo es también para cualquier individuo… Me gusta recordar a las personas que conocí, a mis amigos, me gusta recordar los buenos momentos, y los malos también, recordar palabras e imágenes. Imágenes… nunca me pude tomar una foto con CID, y es algo que me entristece. Por eso, y a manera de consuelo, guardo de él todos los correos que nos mandamos. Las conversaciones formales, las informales, los comentarios a ciertos temas, y las consultas sobre tales o cuales cosas: palabras. Cada uno de los mails que le mandé, empiezan con “Profesor Carlos Iván”. Porque nunca pude dejar de decirle “profesor”, y no sé bien por qué. Quizás excesivo respeto, quizás un sentido exagerado de la autoridad, tal vez nerviosismo o solo timidez. Visto en retrospectiva, está bien que haya sido así: me enseñó y me dio muchas cosas, y ninguna retribución de mi parte habría podido igualar eso.